lunes, 11 de mayo de 2009

HIPOTESIS DE LOS VALORES

Es posible, y no sólo deseable, educar en valores en contextos educativos marcados por la diversidad y el pluralismo. La condición de posibilidad aquí está planteada en un doble sentido: por un lado, desde el punto de vista de los fundamentos teóricos y filosóficos de una acción pedagógica de esta naturaleza, y por otro, desde el punto de vista de su implementación práctica, es decir, metodológica y curricular. Desde muy diferentes perspectivas teóricas y políticas se ha reconocido a la escuela como una institución que transmite y forma en valores. Dicho reconocimiento ha adoptado muchas veces la forma de una denuncia: la escuela como reproductora de los valores hegemónicos y dominantes; mientras en otras ocasiones, se ha supuesto una capacidad prácticamente ilimitada de la escuela para promover el cambio de los individuos y de la sociedad. Tan dispares visiones han dado origen a perspectivas excesivamente pesimistas o escépticas, por un lado, o exageradamente optimistas, por otro, sobre el rol de la educación y de la escuela en la conservación o transformación del sistema social. Frente a ello nos situamos en una posición que reconoce la condición reproductora de la escuela, pero que también ve en ella a sujetos capaces de actuar con niveles importantes de autonomía y sentido crítico, y con la capacidad suficiente para revisar y reelaborar la tradición y aquello que se intenta de una generación a otra transmitir a través de la educación. En este sentido, visualizamos la escuela como un espacio en tensión entre lo pasado y lo nuevo, entre la reproducción y la crítica, entre conservadurismo y cambio. (1) Las actuales sociedades, diversas e interculturales, plantean a la educación y a la escuela la necesidad de formar ciudadanos con una gran capacidad de discernimiento ético y de diálogo, como condición básica para una convivencia armoniosa y democrático. Cómo conjugar la existencia de este pluralismo y diversidad con una acción pedagógica en valores, es el desafío que motiva este trabajo. De qué manera salvamos, primero a nivel de los fundamentos, una acción pedagógica capaz de respetar y trabajar con esa pluralidad, y por otro, de qué manera se puede abordar de modo práctico este desafío, es decir, con qué contenidos y herramientas metodológicas. En este contexto, nuestro trabajo comienza presentando críticamente dos tipos de modelos de educación: uno fundado en valores absolutos, y otro, en la creencia de que todo valor es relativo y finalmente un asunto de naturaleza subjetiva. La crítica se funda en la incompatibilidad del primero con una escuela pluralista, y del segundo, con la imposibilidad de afirmar ciertos principios y derechos que consideramos universales. En este sentido, se propone un modelo de educación moral fundado en una distinción entre unos mínimos y máximos éticos. En segundo término, se propone una concepción de la educación en valores como "construcción de la personalidad moral", es decir, una acción pedagógica que junto con reconocer ciertos valores mínimos universales, persigue, como acción principal, la educabilidad de un grupo de dimensiones de la personalidad, las cuales permitirían a los individuos enfrentar de mejor manera las disyuntivas eticas y los desafíos a la convivencia en un marco de diversidad y pluralismo. Entre éstas dimensiones de la personalidad moral cabe mencionar el desarrollo del juicio moral, la autonomía, la capacidad de diálogo y el reconocimiento del otro. En tercer lugar, se proponen algunas estrategias metodológicas para abordar cada una de estas dimensiones de la personalidad moral. Entre las principales cabe destacar la discusión de dilemas morales, la escritura autobiográfica, los ejercicios de construcción conceptual, los métodos socioafectivos, etc. Se trata de demostrar que es metodológicamente posible abordar una tarea de educación en valores, si existe la opción y la decisión por parte de las instituciones escolares y de los maestros. En cuarto lugar, se realiza un acercamiento teórico y normativo al tema de cuáles debieran ser las actitudes y conductas básicas del profesor en el aula frente a situaciones socialmente controvertidas o de valores contrapuestos. Para ello, se proponen ciertos criterios de actuación del docente, en las cuales se describen diversas variables y condiciones a tener en cuenta, para que éste adopte posiciones más "beligerantes" o "neutrales", dependiendo de la naturaleza de los temas en controversia y de los valores en juego. Finalmente se da cuenta del nuevo marco curricular , específicamente de los llamados Objetivos Fundamentales Transversales (OFT), por constituir éstos el marco de legalidad y obligatoriedad en el cual se debe emprender una tarea de formación en valores. 1. Un modelo de educación en valores fundado en una distinción de "mínimos y máximos éticos". Dentro de las maneras de abordar el tema de la educación en valores podemos distinguir, a lo menos, tres perspectivas: a) aquella concepción que se funda en valores absolutos y en jerarquías valóricas preestablecidas; b) una concepción de la educación moral fundada en un relativismo y subjetivismo valórico; y c) una educación en valores fundada en una distinción entre mínimos y máximos éticos. En el primer caso, estamos ante una educación en valores centrada en una concepción religiosa del mundo o de una ideología particular. En ella, la educación moral tiene como objetivo transmitir una determinada visión del mundo, una jerarquía de valores ya establecida, y una determinada concepción de "vida buena". Las formas pedagógicas propias de esta perspectiva son una pedagogía transmisiva, la catequesis o el adoctrinamiento. Se trata de una perspectiva de educación moral legítima --nuestro ordenamiento constitucional bajo el principio de la libertad de enseñanza reconoce la posibilidad de fundar escuelas religiosas o ideológicas--, sin embargo, dicho modelo resulta incompatible con una escuela plural, en la que conviven alumnos y alumnas que profesan distintas concepciones religiosas, ideológicas o culturales. En el segundo modelo de educación moral, estamos frente a una concepción que se funda en una visión relativista de los valores, es decir, que considera que las opciones y el juzgamiento ético de una determinada situación depende, en último término, de las opciones individuales y subjetivas de cada uno. En esta perspectiva no se reconoce la posibilidad de establecer y fundamentar racionalmente ciertos juicios y preferencias de valor. Max Weber, como "politeísmo axiológico." (2) Si bien esta perspectiva es compatible con una sociedad pluralista, en la medida que respeta la diversidad de posiciones y formas de vida, tiene la dificultad de no permitir fundamentar una convivencia en común basada en ciertos valores y procedimientos compartidos. Esta perspectiva de "politeísmo axiológico" se correlaciona, a su vez, con una pedagogía centrada en la clarificación individual de los valores, en el autoconocimiento, y en la neutralidad pasiva del maestro frente a las opciones y controversias de valor que se puedan presentar en el aula. Una tercera posición, y en la cual queremos fundamentar nuestro modelo de educación en valores, descansa en la distinción entre mínimos y máximos éticos. (3) Es decir, se reconoce la existencia, por un lado, de un conjunto de derechos, valores y procedimientos que debieran ser reconocidos de manera universal --ciertos mínimos de justicia-- y por otro lado, un conjunto de valores que corresponden a proyectos de vida personales de tipo religioso, político o cultural, y que corresponden a determinadas concepciones de "vida buena" o máximos éticos.Esta distinción, pensamos, permite fundar una acción pedagógica al interior de una escuela plural y diversa, pudiendo distinguir entre aquellos valores y procedimientos que debieran ser compartidos y exigibles para el conjunto de los alumnos y alumnas, y aquellos valores y proyectos personales que entran en el ámbito de lo legítimamente individual, y sobre los cuales la escuela, como institución, no podría tener una definición específica, aunque sí podría trabajar con ellas sobre la base de ciertas actitudes y métodos que permiten abordar la pluralidad y controversias de valor al interior del aula. Este paradigma de educación en valores también ha recibido la denominación de modelo "basado en la construcción racional y autónoma de normas". (4) Enfatizando con ello, sus diferencias con el modelo de valores absolutos en el grado de autonomía que tiene el sujeto para construir sus procesos valorativos y normas morales a través del ejercicio de una racionalidad comunicativa. A su vez, marca su distancia con el "relativismo valórico" en el reconocimiento de que a través de la razón y el diálogo es posible fundamentar...

¿Cómo se vinculan laicidad y valores?

El tema de los valores, y de la praxis de las virtudes, hace parte del aprendizaje inevitable del ser humano, en la medida que posibilita conocer e incorporar esos valores, traducirlos en actitudes y comportamientos prácticos, en hechos palpables. Desde el ángulo de la laicidad, este tema tiene aun mayor relevancia en la medida en que contribuye a fortalecer y a expandir la formación del ser humano como un ser integral, no solo considerarlo como un alumno de un centro educativo, también como hijo, potencialmente como ciudadano, padre, madre, trabajador, vecino, cónyuge, consumidor, espectador, etc.

Existe una relación activa y cotidiana entre la sociedad que somos y la sociedad que queremos construir, entre el ser humano que hoy somos y el que vamos haciendo con nuestro trabajo interior y las múltiples interacciones sociales.

Desde una perspectiva de construcción de una sociedad que cultive y profese cotidianamente valores y virtudes de democracia, laicidad, pluralismo, respeto por el ser humano, equidad, respeto por la naturaleza, convivencia pacífica, etc., esto pasa fundamentalmente por vincular activamente la familia, la escuela
y al individuo (niño, adolescente, joven) con ambas, a partir de conocer los roles y funciones específicos que cada institución asume hoy en su diversidad. En ambas esferas, se debe encarar seriamente la dificultad constatada para aceptar la existencia de normas reguladoras de la vida en sociedad y el profundo reconocimiento y respeto por “el ‘otro” como un igual y diferente, con todo lo que esto implica (tolerancia). “El otro” es el de la otra clase, del otro turno, es el vecino de la cuadra, el del otro barrio, otro sexo, otra generación, otro pueblo, otra religión, otro país, otra etnia, otra cultura. Esos “otros” tienen sueños, aspiraciones, intereses, ideas, opiniones, costumbres que no necesariamente compartimos y que muchas veces desconocemos.

Pero además, debemos aprender a conocernos a nosotros mismos, a conocer ese ‘otro’ que habita nuestro interior, a conocer y a reconocer nuestras fortalezas y debilidades (conócete a ti mismo). Para lograr cultivar valores de solidaridad, generosidad, cooperación, participación activa, trabajo en equipo, autonomía, etc., se requiere que cada individuo logre desarrollar y potenciar su autoconocimiento, su autoestima, la confianza en sí mismo, el valor del grupo y por esta vía recurrir a la escucha, al diálogo y a la búsqueda de instancias de negociación para solucionar conflictos por la vía pacífica. No se puede ser solidario o pacifista cuando ignoramos quiénes somos o no toleramos al diferente.

“Hemos logrado informaciones detalladas de casi todas las cosas debajo del sol; conocemos la actuación, las cualidades y las propiedades de casi todos los objetos y fenómenos de esta tierra. Pero no nos conocemos a nosotros mismos

La Escuela, espacio de integración

Como primer comentario fundamental, es menester dejar sentado que nada sustituye a la familia en su rol central educador y formador. Si queremos formar una sociedad tolerante, justa, que busque superarse, debemos hacerlo desde la familia. Tenemos en nuestra sociedad muchos ejemplos donde se pretende que la Escuela sustituya a la familia en su rol formador. Es frecuente que los progenitores pretendan dejar en manos de otros (la televisión, los grupos de amigos, el jardín de infantes, la escuela) lo que es su tarea primordial. El concepto de laicidad que promovemos no sólo no excluye, sino que pone en primerísimo lugar a la familia como transmisor principal de valores.

Desde una perspectiva de la laicidad activa, la escuela debería posibilitar que cada uno pueda entender lo que es el ser humano en su diversidad y unidad, es decir, el ser humano en su integralidad. Somos parte del cosmos, pero también llevamos el cosmos en nosotros, somos singulares y al mismo tiempo parte del todo.

La laicidad activa e integradora debería permitirnos visualizar la institución educativa como una oportunidad para habilitar e integrar espacios, procesos y prácticas cotidianos de participación entre los diversos actores que están en juego. La institución, potenciando su rol de mediación positiva de conflictos, de garante de la participación en la construcción de normas colectivas, contribuye a generar un adecuado clima educativo.

Si los alumnos deben aprender las reglas que indican lo que hay que hacer y el cómo hacerlo, es mejor explicar los porqué, para que puedan interiorizar las razones que la motivan, para rescatar el sentido pedagógico que toda normativa debe tener. Ello implica considerarlos como seres humanos potencialmente aptos para aprender y actuar como seres que pueden hacer uso pleno de derechos y deberes y no como meros alumnos menores de edad, ignorantes, irresponsables, etc.

La laicidad activa e integradora debería ser palanca para mostrar, enseñar, educir, al alumno su propia complejidad y potencialidad como ser humano, en lo individual y generacional.

Dice Abraham Maslow que al hombre no se le enseña a ser humano, aunque en su propia naturaleza exista un impulso hacia un ser cada vez más pleno y más humano: El rol de la escuela es en la práctica permitirle o ayudarle a realizar las propias potencialidades que él posee en forma embrionaria y natural como miembro de la especie (creatividad, espontaneidad, conciencia propia, autenticidad, preocupación por otros y anhelo de la verdad). “La cultura es el sol, el agua y el alimento, pero no es la semilla”

Existen muchas actividades, tareas u objetivos a desarrollar en los ámbitos educativos, por todos los hermanos y hermanas, junto con otras muchas personas que se definen como laicistas, progresistas o simplemente sensibles a estos temas. Por ejemplo, Crear las condiciones institucionales para incorporar gradualmente al alumno como sujeto con derechos y responsabilidades; promover valores de respeto a la individualidad y a la diferencia, de tolerancia y respeto del otro, de solidaridad; potenciar la identidad generacional, la igualdad de género; garantizar una educación básica que posibilite las competencias apropiadas para manejar los sistemas de códigos, de comunicación, de análisis de la información sobre el mundo.

En ese sentido, señala Edgar Morin que es necesario educar a niños y jóvenes a pensar por si mismos, a no esperar solo certezas como resultados del esfuerzo, educar también a manejar las incertidumbres; enseñar en qué consiste el conocimiento (precisamente lo que conlleva el riesgo de error y de ilusión) y en qué consiste el conocimiento pertinente, pues no basta con tener informaciones acumuladas, también hay que saber organizarlas y situarlas en un contexto.

El poeta Eliot se refirió al conocimiento que perdemos en la información y preguntó además, cuál es la sabiduría que perdemos en el conocimiento. También enseñar a comprender a los seres humanos.
Ello es sobre todo una dimensión intelectual que es fundamental desarrollar en cada individuo, pero ella sola no es suficiente para garantizar un desarrollo integral como ser humano. Una educación que pretenda integrar a los alumnos al contexto educativo y a la sociedad deberá también incorporar los ámbitos de la afectividad, de las emociones, de la sensibilidad, de lo espiritual, para lograr la construcción de valores, actitudes y comportamientos adecuados a una sociedad democrática y cada vez más humanizada y humanista. Existe una búsqueda en cada ser humano de su armonía interna, que luego se proyecta a la convivencia, la educación debe ayudar a hacer explícita esa búsqueda y potenciarla.

Laicidad como práctica

Es importante tener presente que no basta con hablar de laicidad, de una educación en valores, sino en lograr una práctica, una conducta acorde con los enunciados. No importa tanto transmitir conceptos teóricos sobre la buena moral sino dar la oportunidad a los niños y jóvenes para que la interioricen, para que hagan propios los conocimientos, valores y principios puestos en juego que puedan constatar la relación entre los conceptos y las experiencias en cuestión.

Debemos volver al concepto de virtud como valores encarnados en nuestras propias vivencias personales, en las cuales tiene sentido relacionar las intenciones de origen con los resultados. No siempre el actuar bien, o lo que se entiende bien es una virtud; a veces se actúa presionado por las circunstancias y los resultados nos hacen aparecer como una buena persona, cuando en realidad, de haber podido habríamos hecho otra cosa. Una buena acción puede llegar a ser una virtud cuando existe una intención congruente, y queda claro que ella implica un costo, un esfuerzo personal.

Educar en valores de laicidad implica resaltar la significación de las virtudes, cultivar la congruencia entre el discurso y la práctica, entre lo que se dice y lo que se hace. Existen varias formas de encarar el tema de la enseñanza y el aprendizaje de valores, pero no hay nada mejor para enseñar la solidaridad que ser solidario, nada mejor para educar en la tolerancia que ser tolerante, nada mejor para mostrar la fraternidad que ser fraterno cada día. Sin duda todo lo que pueda aportar el educador con su ejemplo personal es un material insustituible. Pero seguramente, debamos considerar que todo ser humano tiene sus contrastes, sus claros y oscuros, sus defectos y virtudes y que es necesario tener en cuenta otras formas de encarar el mismo tema.

Resulta muy difícil ser un ser humano equilibrado, ecuánime y correcto en todo momento. Se debe abordar como tema el estudio de la naturaleza humana, tanto del profesor como de los alumnos, por lo cual el tema de virtudes y defectos aparece como componente de la experiencia que no necesariamente es la del docente y bien puede ser la de los propios alumnos. Ello implica la capacidad de llegar a identificar situaciones prácticas, cotidianas y de interés del individuo, dispuesto a compartirlas y abordarlas conjuntamente; pero sobre todo implica concebir a cada individuo como un ser humano que tiene una experiencia de vida, que posee virtudes y defectos, y que se le invita a reflexionar y analizar esa relación, como parte de un aprendizaje para la vida.

Todo lo que aporte una experiencia práctica, es material didáctico para abordar el tema de los valores-virtudes, ya sea el educador, los alumnos, los medios de comunicación, los familiares, una obra de teatro, un texto literario, etc., diseñando y dirigiendo para ello actividades racionalmente estructuradas.

El deporte en la escuela, práctica de valores

Las actividades físicas, recreativas y deportivas, requieren un espacio y un tiempo definido, seres humanos participantes y normas, reglas, principios y valores para desarrollarlas adecuadamente, de manera ordenada.

Cada juego o actividad pone de manifiesto un conjunto de valores que se administran en el desarrollo de la propia actividad (valores personales y sociales): Respeto por el otro, Unión, tolerancia, puntualidad, responsabilidad, aceptación de las normas, disciplina, creatividad, persistencia, cooperación, trabajo en equipo, solidaridad, autonomía personal, cuidado de la salud, etc.

Estas actividades permiten además potenciar el conocimiento de sí mismo, el diálogo como forma de comunicación y resolución de diferencias, adquirir y afianzar hábitos higiénicos y alimentarios adecuados, reforzar la autoestima.

Las actividades deportivas tienden a estructurarse y a organizarse con la finalidad de competir, con una educación específica que pone énfasis en las destrezas y habilidades, en base a fundamentos científicos (fisiología, bioquímica, psicología, etc.).

En la competencia existe, por lo tanto una base psicológica fuerte de agresividad y búsqueda del éxito, del triunfo, del reconocimiento. Entendemos esta agresividad como el estímulo emocional y mental para alcanzar determinados rendimientos en un contexto reglado por normas éticas claras, a diferencia del acto mismo de agresión física o psicológica, elemento negativo del comportamiento que requiere ser dominado, controlado, transmutado en un elemento positivo. Es aquí que actúan los valores, como muros de contención que tienen sentido en un contexto histórico determinado, ejerciendo una presión social a los posibles desbordes surgidos del exceso de entusiasmo o del enojo por los resultados de la competencia.

Se dice que la competencia deportiva busca el triunfo, “ganar, siempre ganar”, mientras que la moral deportiva induce a emular el “juego limpio” y a superarse a sí mismo. En ciertos países se presentan algunos espectáculos con mucha agresividad visible, donde los contendientes se agreden sin límites, con un “todo vale” que enardece un público ávido de violencia. Eso es lo contrario que debe cultivarse. El potenciar los valores positivos en el ámbito escolar permitirá cultivar una moral y una ética de la emulación en estas actividades

Así pues, desde una visión educativa integral, la competencia deportiva es aceptable como un componente clave, a condición de que exista una propuesta de valores para ser interiorizados y puestos en práctica en las diversas actividades. Estas son oportunidades educativas que pueden contar con un buen nivel de interés por parte de niños y jóvenes y no se pueden desaprovechar.

Como en otras oportunidades, la Logia Isis apuesta a la creatividad, al desafío de la búsqueda. Trabajamos por una Francmasonería progresista, capaz de visualizar al ser humano en su integralidad, reconociendo a hombres y mujeres su capacidad de perfeccionarse, relacionando todos los planos o niveles de su existencia (físico, energético, afectivo, mental, espiritual).

La laicidad ha sido, es y debe seguir siendo una fuerza liberadora del pensamiento creativo. Como principio fundado en valores republicanos y humanistas, que promueve la evolución del ser humano y de las sociedades, debe ser siempre un centro integrador de lo diverso, el lugar de convivencia creadora de la pluralidad, la permanente búsqueda de espacios compartidos que deben construirse y reconstruirse con voluntad y conciencia.

La laicidad de hoy es unir lo diverso, integrar las múltiples manifestaciones de la diversidad, la cual es en sí misma una riqueza y un potencial para ser Uno (Kibalión).

La laicidad activa es un medio que emplea la Orden para llevar sus luces al mundo profano. Trabajemos por un nuevo acuerdo social y educativo en el cual la laicidad del siglo XXI integre creativamente los valores espirituales.

Laico: este concepto tiene sus orígenes en el termino latino “laicus” y del “laos” griego, que etimológicamente significa “del pueblo, lo que pertenece al pueblo”. El diccionario lo define como la “Doctrina que defiende la total independencia del hombre o de la sociedad y más particularmente del Estado, de toda influencia eclesiástica o religiosa”… “Dícese de la escuela o enseñanza en que se prescinde de la instrucción religiosa”.

www.glrbv.org.ve/.../Laicidad%20y%20Valores%20en%20...

www.accessmylibrary.com/coms2/summary_0286-32442870_ITM



No hay comentarios:

Publicar un comentario